dinamitera
Fue escrito por
Miguel Hernández alrededor de
1937 y está basado en la experiencia de Rosario Sánchez en el frente:
Rosario, dinamitera
Rosario, dinamitera,
sobre tu mano bonita
celaba la dinamita
sus atributos de fiera.
Nadie al mirarla creyera
que había en su corazón
una desesperación,
de cristales, de metralla
ansiosa de una batalla,
sedienta de una explosión.
Era tu mano derecha,
capaz de fundir leones,
la flor de las municiones
y el anhelo de la mecha.
Rosario, buena cosecha,
alta como un campanario
sembrabas al adversario
de dinamita furiosa
y era tu mano una rosa
enfurecida, Rosario.
Buitrago ha sido testigo
de la condición de rayo
de las hazañas que callo
y de la mano que digo.
¡Bien conoció el enemigo
la mano de esta doncella,
que hoy no es mano porque de ella,
que ni un solo dedo agita,
se prendó la dinamita
y la convirtió en estrella!
Rosario, dinamitera,
puedes ser varón y eres
la nata de las mujeres,
la espuma de la trinchera.
Digna como una bandera
de triunfos y resplandores,
dinamiteros pastores,
vedla agitando su aliento
y dad las bombas al viento
del alma de los traidores
Juventud en el frente
Su padre, Andrés Sánchez, tenía un taller donde se fabricaban carros,
galeras y aperos de labranza en su pueblo natal y su madre murió años
antes de estallido de la guerra. Vivió en Villarejo de Salvanés hasta
los 16 años en que se fue a Madrid, en
1935, a casa de unos amigos que la habían cuidado cuando murió su madre.
A su llegada a Madrid se hizo militante comunista y trabajaba como aprendiz de corte y confección en un Círculo Cultural de las
Juventudes Socialistas Unificadas en
Madrid cuando estalló la
Guerra Civil Española.
Con diecisiete años se incorporó a las Milicias Obreras del
Quinto Regimiento (denominado "El Campesino", liderado por
Valentín González) que partieron el
19 de julio de
1936 hacia
Somosierra para detener a las tropas del
general Mola.
Rosario, como una chica joven de su edad, no conocía nada de
instrucción militar ni de artillería. Con las milicianas republicanas,
entre ellas Angelita Martínez, Consuelo Martín, Margarita Fuente y Lina
Odena, participaron por primera vez en el frente y armadas, lejos de las
tareas clásicas de auxiliares y enfermeras de la mujer en la guerra.
Tras dos semanas de enfrentamientos, en las que lograron contener a los
rebeldes nacionales, la guerra en la sierra dejó de ser una batalla
abierta para convertirse en una batalla de posiciones y fue destinada a
la sección de dinamiteros, fabricando bombas de mano caseras. Allí,
manipulando
dinamita,
perdió una mano al estallarle un cartucho, acto cantado por Miguel
Hernández en el poema Rosario, dinamitera. Herida de gravedad, la
operaron en el hospital de sangre de la
Cruz Roja en
La Cabrera, donde consiguieron salvarle la vida.
Tras su salida del hospital, se reincorporó a la división, como encargada de la centralita del Estado Mayor Republicano en la
Ciudad Lineal de Madrid. Fue allí donde Rosario conoció a
Miguel Hernández,
Vicente Aleixandre y
Antonio Aparicio, poetas al servicio de la causa republicana.
Había transcurrido un año de guerra cuando se le presentó la ocasión de volver al frente. La
10ª Brigada Mixta de
El Campesino se había convertido en la
46ª División, con más de doce mil hombres a sus órdenes, que en el verano de
1937 intervino en una
ofensiva hacia Brunete
para intentar atrapar en una bolsa a las fuerzas nacionales que
sitiaban Madrid desde el suroeste. El ataque fue de tal magnitud que el
pueblo claudicó en apenas unas horas, aunque las pequeñas guarniciones
de
Quijorna y
Villanueva del Pardillo
resistieron la acometida. Rosario fue elegida para convertirse en jefa
de cartería de su división, con la categoría de sargento, encargada de
ser el nexo de unión con el Estado Mayor en la capital y de llevar la
correspondencia de los soldados.
Desempeñó esta labor hasta el fin de la
batalla de Brunete el
25 de julio de
1937, que con la derrota del lado republicano, las tropas de la División del
Campesino se retiraron a sus cuarteles de
Alcalá de Henares. Allí, el
12 de septiembre de
1937,
contrajo matrimonio civil con Francisco Burcet Lucini, sargento de la
Sección de Muleros del Regimiento, quedándose embarazada poco después.
Pero el
21 de enero de
1938, su marido partió rumbo a
Teruel con los hombres de la
46ª División para relevar a los de la
11.ª de
Líster,
que habían participado en la toma de la ciudad, la primera capital de
provincia que las tropas republicanas conseguían conquistar desde el
inicio de la guerra. Rosario mientras tanto comenzó a trabajar en la
oficina que
Dolores Ibárruri, la Pasionaria, había organizado en el nº5 de la calle de Zurbano de
Madrid
para reclutar mujeres que cubrieran los puestos de trabajo que los
hombres dejaban libres cuando marchaban al frente. Trabajó allí hasta
que dio a luz a su hija Elena.
Tras la
batalla del Ebro,
que supuso el desequilibrio de la balanza entre tropas republicanas y
nacionales, dejo de recibir correspondencia de su marido, y Rosario no
supo si éste había muerto, había logrado escapar a
Francia o era uno de los miles de prisioneros que hicieron los nacionales en su avance.
Fin de la guerra
Rosario, intentó escapar por
Alicante
con su padre, dejando a su hija con la segunda mujer de éste. Allí
fueron capturados, con otros 15.000 republicanos que esperaban exiliarse
a bordo de barcos de la
Sociedad de Naciones que nunca llegaron a puerto. Fueron conducidos al
campo de los Almendros,
donde fusilaron a Andrés Sánchez. Rosario fue liberada y trasladada
semanas después a Madrid, donde fue detenida de nuevo por vecinos
falangistas de su pueblo, que la encarcelaron en la prisión de
Villarejo y después en la de
Getafe,
mientras se le incoaba un procedimiento sumarísimo de urgencia. La
petición fiscal de muerte fue conmutada por 30 años de reclusión por un
delito de adhesión a la rebelión. Ella, que había defendido la legalidad
republicana, era acusada de haberse levantado contra quienes la
violentaron.
Fue trasladada a la prisión de Ventas y siguió un periplo carcelario por las prisiones de
Durango, Orúe y, finalmente, la de
Saturrarán. El
28 de marzo de
1942,
tras sufrir tres años de encierro y todo tipo de calamidades, fue
puesta en libertad gracias a los beneficios penitenciarios que el
régimen franquista se veía obligado a decretar periódicamente para aliviar sus prisiones. Precisamente ese mismo día en que fue liberada moría
Miguel Hernández en la prisión de
Alicante.
Fue condenada a permanecer desterrada a más de 200 kilómetros de su pueblo y se instaló en
El Bierzo, con una compañera de prisión ya liberada, pero la necesidad de ver a su hija la hizo regresar a
Madrid
pese a la prohibición de hacerlo. Su hija estaba al cuidado de su
suegra y desde allí comenzaron la búsqueda de su marido, sin noticias
desde el fin de la guerra. Por informaciones de familiares supo que su
marido había rehecho su vida en
Oviedo
una vez que el régimen franquista anuló todos los matrimonios civiles
de la República. Rosario volvió a casarse y tuvo otra hija, pero se
separó al cabo de dos años. Para ganarse la vida comenzó a vender tabaco
americano de contrabando en la plaza de Cibeles. Posteriormente montó
un estanco en Madrid.
Rosario falleció el
17 de abril de
2008